jueves, 20 de septiembre de 2012

La violencia invisible: El acoso sexual callejero a mujeres



por Elizabeth Vallejo (*)

PUCP/PuntoEdu.- En los últimos años hemos presenciado y experimentado mejoras en las condiciones de vida de las mujeres en las ciudades: incremento de sus niveles educativos, ingreso masivo al mercado laboral, mayor participación en el ámbito de la política, entre muchos otros temas. Sin embargo, a la par podemos encontrar una incidencia elevada de violencia contra la mujer en diversos ámbitos: la familia, la escuela, el trabajo y, para entrar al tema de nuestro interés, la calle.

Entre los ámbitos mencionados, la calle permanece como el ámbito “no conquistado”: El acoso sexual callejero es tal vez la forma de violencia más común que padecen las mujeres todos los días y, pese a ello, es la menos legislada. Peor aún, es la forma de violencia culturalmente más aceptada: los hombres que hacen comentarios sexualmente agresivos a las mujeres no ven su acción como violencia; por otro lado, las mujeres rara vez se defienden de estas acciones y hasta las consideran “normales”.

Cuando hablamos de acoso sexual callejero nos referimos a una gran gama de prácticas como silbidos, comentarios sexualmente explícitos o implícitos, masturbación pública, tocamientos, entre otros; del que son victima cotidianamente las mujeres en las calles o en el transporte público. Son prácticas no deseadas por ellas y que les causan miedo, por lo que desarrollan estrategias evasivas: cambian sus rutas; toman transporte aunque los tramos sean cortos; tratan de salir acompañadas; se cubren más de lo que quisieran; evitan salir solas de noche; etc.

Estas prácticas evasivas pueden resumirse en un gran impacto en términos de ciudadanía y derechos: las mujeres se retraen del espacio público y, cuando deciden estar en él, lo experimentan con miedo, evitando pasar por ciertas zonas; con lo cual recorren menos espacio que sus pares masculinos o los recorren acompañadas por otros hombres, lo cual refuerza su dependencia de estos.

Las causas de la normalización y aceptación de estas conductas son muchas, pero todas asociadas a la misma raíz: una cultura machista que valora la agresividad masculina y que lejos de llamar la atención sobre las conductas de estos hombres, culpabiliza a las mujeres de ellas: “ellas los provocan con esas faldas”, “si no quieren que les pase nada, ¿por qué salen solas a esas horas”, “los hombres son así, una tiene que acostumbrarse”.

Los medios de comunicación hacen lo suyo cada vez que celebran prácticas como esas, considerándolas divertidas o halagadoras; es el caso de un reportaje emitido en el programa al Sexto Día (canal 5) en abril de este año. El informe llamado “El arte de la seducción a la peruana” (que parecía ser más un sketch) usaba de “carnada” a dos mujeres muy descubiertas, para luego motivar (micrófono en mano) a que los hombres les digan cosas, fomentando una especie de competencia para ver quién decía el “piropo” más “ingenioso”.

El ámbito académico no ha sido ajeno a prejuicios. Personalmente he podido comprobar el poco interés de mis pares masculinos, no solo por el estudio del tema, sino también por aceptar que las prácticas mencionadas son violencia. Me he encontrado en más de una ocasión tratando de explicar que son prácticas repetitivas y no casuales, que se focalizan en la población femenina, que tienen impactos reales en su vida diaria y que fomentan la desconfianza, el mayor enemigo de una convivencia sana en la ciudad.

Por todo esto: los impactos en las vidas de las mujeres, la banalización del tema en los medios de comunicación y la invisibilización del tema en los ámbitos académicos, es que decidimos crear el Observatorio Virtual de Acoso Sexual Callejero, en el cual buscamos recoger casos y difundir información, de forma que el problema deje de ser parte de discusiones vergonzosas en ámbitos privados y pase a ser tratado como lo que es, un problema público.

Nuestra apuesta es por ciudades en las que hombres y mujeres puedan transitar con igual libertad y sin miedo. Buscamos que la ciudad sea un lugar de encuentro entre personas que se reconocen como iguales y donde ninguno busca imponer sus deseos al otro.

(*) Docente del Departamento Académico de Ciencias Sociales, Pontificia Universidad Católica del Perú

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